Opinión
20-11-2023 21:52 - una mirada histórica del presente
No llores...
“¡No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre…!” narra el padre Echevarría que le dijo al píncipe árabe su madre, cuando este perdió Granada a manos del imperio español. El reproche, a la luz de la Historia, presenta múltiples analogías que recorre y contrasta el autor de este artículo.

Cuenta la leyenda que la sultana Aisha, madre de Boabdil, lo enrostró a su hijo cuando este, luego de entregar las llaves de Granada a los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en 1492, lloraba los últimos días del encantador reino moro El-Andalus.
“¡No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre…!” dicen que dijo la brava sultana, según narra el padre Echevarría en su obra “Los paseos de Granada”, tres siglos después de que los reyes católicos, acostumbrados a arrasar con cuanto se les oponía, como los comuneros de Castilla, liquidaran uno de los grandes faros de la cultura medieval europea, directamente trasvasado de la maravillosa civilización árabe de aquella época.
La historia se encargó de demostrar la endeblez y corrupción del imperio “donde no se ponía el sol”. La conquista española, sangrienta e ignorante, sólo sirvió para pasarle a los emporios económicos de Países Bajos y Gran Bretaña ingentes tesoros del “Nuevo Continente”, obtenidos tras saquear y asesinar millones de indígenas.

Los “moros”, tras la pérdida de los territorios andaluces, realmente comenzaron también su período de decadencia. Aquella frase de Aisha para su hijo Boabdil se convirtió en una cita obligada, a lo largo de los siglos, que castigó a quienes por pusilanimidad, indecisión, corrupción, traición o falsía, no lograron afrontar y vencer tenebrosas olas de reacción y oscurantismo. No lograron sobreponerse a los arteros ataques foráneos, a las brutales conquistas o a los salvajes saqueos.
El agresor de turno siempre supo aprovecharse de esos deleznables vicios porque siempre tuvo sus caballos de Troya dentro de las formaciones que quería demoler. Nunca dejó de iniciar sus acciones moviendo a sus empleados locales, proclamados como campeones de la decencia y la honorabilidad.
Esto ocurrió en la Granada de Boabdil y en el Vietnam de Ngo Dinh Diem. Ocurrió con el nazismo, que montó su asesino ascenso al poder en los dineros y las encomiendas pasados por sus “benefactores” transoceánicos. Ocurrió con Somoza (“es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”).
Los “moros”, tras la pérdida de los territorios andaluces, realmente comenzaron también su período de decadencia
En el cuasi museo del viejo hotel “Edén”, en La Falda cordobesa, reducto de los prófugos jerarcas nazis, se conservan cartas de puño y letra de Hitler, del primer Hitler, del Hitler del putsch cervecero en Múnich del que estamos conmemorando el centenario, agradeciendo a los primeros propietarios del hotel por su invalorable ayuda financiera, que le permitió conformar los primeros destacamentos de SA, la fuerza de choque que armó su partido nacionalsocialista obrero alemán.

“No llores como mujer…” Pido perdón por la abusadora e imperdonable referencia devaluadora porque en nuestra historia tenemos tremendos ejemplos de fortaleza y liderazgo femeninos enfrentados a la violencia y la expoliación. Desde Macacha o Juana Azurduy hasta Hebe, las Madres y las Abuelas. En este caso, la frase le cae a la medida a quienes a lo largo de toda nuestra historia pudieron ser y no fueron, tenían a su alcance los medios y las fuerzas y no los usaron, debieron demostrar su pureza y su dignidad y prefirieron el plato de lentejas.
Los pueblos también tienen que demostrar de qué están hechos. Esto ocurre cuando asumen las grandes decisiones en momentos de definición esencial. La Unión Soviética afrontó la artera agresión nazi en 1941 y durante los primeros seis meses sólo atinó a retroceder, desangrándose. En diciembre de ese año, los soviéticos se plantaron ante las puerta de su capital y no retrocedieron más. Habían tomado la decisión: “Rusia es grande pero no hay dónde retroceder: atrás está Moscú”. Romperles el lomo a los fascistas hitlerianos en ese frío invierno moscovita costó más de seis millones de soviéticos muertos, pero Moscú no fue entregada.

A propósito, el gobierno soviético nunca evacuó su sede y el 7 de noviembre de 1941, como todos los años, sus integrantes con José Stalin a la cabeza, presidieron el desfile militar en la Plaza Roja. Desde allí, los regimientos marcharon directamente al frente.
En el otro extremo, los maquís, los guerrilleros franceses, recuperaban el honor republicano hollado por los traidores de Vichy y enfrentaban en duros combates a tropas nazis “clavadas” en Francia sin poder ser trasladadas al frente oriental. De Gaulle consolidaba su liderazgo, basado en el restablecimiento de la dignidad popular.
“No llores…”
El signo del destino lanzado por un San Martín profético, violento contra los traidores y pusilánimes: “Serás lo que debas ser y si no serás nada”. En ese mismo 1816, el general exigió la enmienda en el Acta de la Independencia, redactada en el Congreso de Tucumán, que además de “sólo seríamos libres de España” a su requerimiento incluyó “y de toda otra dominación extranjera”.
Hace cien años, en una cervecería de Múnich, un excéntrico cabo encabezaba su primer asalto al poder de la temblequeante socialdemocracia alemana. Sus desorbitadas convocatorias se montaron en la agobiante crisis económica y en la insostenible realidad política de una Alemania cruzada por corrupción, entregas y prosternaciones ante los dictados foráneos. Su consigna fue militarizar toda la vida nacional y entregar la economía a los grandes grupos monopólicos.
Sabemos cómo terminó…
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Poema escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller
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