Política
Ever Moriena, el veterano de Malvinas que salvó su vida con el deporte
Hoy es un triatleta multipremiado, pero cuando volvió de las Islas; la indiferencia y el maltrato de la sociedad, los militares y parte de su entorno lo llevaron a un intento de suicidio que truncó el timbre que sonó en la pensión donde vivía. Cómo hizo para reencauzar su vida.
La que sigue es una historia de resurrección, azar e indiferencia.
Y empieza con la indiferencia con la que gran parte de la sociedad argentina y el Estado mismo trataron a los soldados de Malvinas cuando volvieron al continente con el dolor de la derrota a cuestas. Esa indiferencia duró décadas y tuvo el nombre técnico de proceso de desmalvinización.
Que haya habido más veteranos que eligieron el suicidio que fallecidos en el campo de batalla no es una casualidad.
Lo que resiste categoría de milagro es que Ever Moriena no haya sido un número más en esa lista.
Ocurre que cuando estaba con la pistola en la boca, listo para poner fin al dolor incesante que fue su existencia desde que volvió al continente, a Ever le tocaron el timbre y se vio obligado a posponer su muerte. Era un amigo que quería que firmara unos papeles.
Vivió ese timbrazo como una oportunidad. Con la voluntad y la inteligencia como únicas armas, Ever se empezó a dar cuenta de que el alcoholismo con el que lograba anestesiar el sufrimiento no era la salida y de que en la medida en que practicara algún deporte podía eludir pensamientos intrusivos negativos. Correr como resurrección.
Correr, al principio, como deporte, entonces. Para llegar a ningún lado.
Correr para no morir.
Correr, después, con objetivos, como ganar un maratón.
Y convertirse con el tiempo en un triatleta multipremiado que hoy, a los 59 añostiene un hijo y está conforme con la vida que se pudo construir con el deporte, pero también la meditación, “para que la mente no maneje el cerebro”.
Su historia fue contada por primera vez por el escritor y periodista Federico Bianchini en su libro "Desafiar al cuerpo" e incluso fue publicada en el New York Times.
La guerra no fue lo peor
Ever ni siquiera estaba obligado a ir a Malvinas. Fue como voluntario.
–¿Cómo se dio esa elección?
–Fui como voluntario, no estaba obligado. Tenía 19 años y vivía en un pueblito de Córdoba. Lo sentía como un acto patriótico y como una aventura. Llegué a Malvinas el 10 de abril a las 22 horas. Estaba a cargo de 10 soldados, bajamos la munición y nos quedamos a dormir porque no habíia nadie que nos estuviera esperando. Al otro día recién nos asignaron destino. A partir del bombardeo del 1de mayo las bombas caían a 100 metros, los superiorores no nos informaban nada. El bombardeo fue a las 4 am, minutos después escuché el avión y las detonaciones. La guerra ya estaba entre nosotros. Dos horas después vinieron los otros ataques.
–¿Y qué fue lo más difícil?
–Uno pasa de ser alguien pasivo a ser protagonista en 48 horas, la mente humana se adapta. Los recuerdos que tengo no son malos aunque estuve tres meses en un pozo sin bañarme ni cambiarme de ropa. Me empezó a hacer ruido todo el asunto el 15 de abril porque veníamos llegar tropas del regimiento 3 de Corrientes, que venían de convivir con 40 grados de calor: los militares estaban improvisando sobre la improvisación, nos cambiaban de lugar sin ton ni son. Nunca tuvimos informaciones concretas. Era todo muy volátil. Y sin embargo, lo más difícil fue el regreso.
–¿Por qué?
–Porque cuando estábamos allá nuestro combustible era el amor de la gente, las cartas que nos llegaban. Y cuando volvimos la indiferencia fue absoluta. De la sociedad, de los militares y de mis conocidos. El pueblo argentino fue solidario durante, pero no después de la guerra. Y los militares tampoco. A mí no me pagaron ni el pasaje de vuelta.
Cuando llegué como pude a la casa de mis viejos, la vi a mi vieja barriendo la vereda y tiró la escoba (largo silencio).Perdón, pero me emociono. Resulta que no me había reconocido porque cuando fue a preguntar por mí le dijeron que estaba muerto. Lo mismo hicieron con una cantidad enorme de soldados. No dejaba de preguntarme si era yo.Y durante mucho tiempo no me acostumbré a dormir en una cama y dormía en el piso. Tampoco a dormir bajo techo. Me iba al patio abajo de una ligustrina a las 4 am. Me acuerdo de que volví de Malvinas el día de mi cumpleaños. Nuestros padres no sabían qué hacer y nosotros tampoco sabíamos transmitirles qué necesitábamos.
De héroes a parias
Ni Ever ni los veteranos de Malvinas sabían qué hacer con la indiferencia de la sociedad de la posguerra, que a veces incluía a sus seres queridos. Llegó a su casa el día de su cumpleaños, después de no haber comido en dos días y con 12 kilos menos y lo peor aún no había empezado.
-¿Qué hizo apenas regresó?
--No me puedo olvidar de que unos amigos me invitaron a un asado y me preguntaban si los ingleses me habían violado en Malvinas cuando me tuvieron cautivo cuatro días. Hacían chistes. Hace poco me crucé en su pueblo con la persona que me hizo esa pregunta hace ya 40 años y sigo sin perdonarlo.
Los veteranos estaban abandonados. No recibían asistencia psicológica del Estado ni existían las asociaciones para contenerlos y que compartieran experiencias. Durante mucho tiempo, las únicas personas con las que podía hablar, las únicas que lo entendían.
–La posguerra fue un momento de mucha soledad…
–Éramos parias. Me acuerdo que a veces en los asados no nos hablaban, nos dejaban solos. Y el proceso de desmalvinización duró 20 años: los veinte años que nuestra lucha hizo posible que el tema se instalara en la sociedad y que nuestra lucha sea reconocida.
–¿Al volver volvieron no les ofrecieron ayuda psicológica?
–Para nada.Y cuando conseguí, a través de un contacto y una carta, que me recibiera un profesional del Hospital Militar de Córdoba, me trató muy mal. Me preguntó de mala manera qué me pasaba y cuando le conté, me respondió lo siguiente: “el problema que tienen ustedes es que fueron a Malvinas, tiraron unos tiritos y ahora se quieren hacer pasar todos por locos”. Me acuerdo de que tiré una silla contra la pared y me enloquecí, tuvo que venir una enfermera a doparme y pasé una semana internado.
Cuando salió del hospital, Ever iba hasta Córdoba Capital desde Río Cuarto, donde estaba viviendo, a recibir asistencia psicológica y le mandaban a la casa cajas y cajas de medicación. Lo cual para una persona que ya tenía problemas de alcoholismo e ideaciones suicidas era una irresponsabilidad total.
En un momento, Ever decidió que no soportaba más el dolor de estar vivo.
El peso de haber perdido la guerra se mezclaba con la culpa de haber sobrevivido, las pesadillas y la indiferencia de una sociedad que no sólo no colaboraba, sino que activamente lo hacía sentir una escoria. El Ironman es una competencia de la que participan cada año más de 96.000 atletas de 90 países. Es un triatlón mucho más extenso que requiere nadar 3,800 metros, hacer rodar 180 kilómetros en bicicleta y, finalmente, correr un maratón, es decir 42,195 kilómetros. La 602K es un "ultratriatlon", de los mas largos y duros del mundo, con 10 kilómetros de nado a mar abierto, 500 kilómetros de ciclismo y 92 kilómetros corriendo, a lo largo de tres días.
–¿Cómo fue esa etapa?
--La gente cree que una persona que se va a suicidar es impulsiva, que está mirando Netflix y de repente decide pegarse un tiro. No es así, yo lo venía pensando desde hace tiempo, lamentablemente tenía un arma porque andaba en la policía y un día consideré que era el momento. Tenía la pistola en la boca y me tocó el timbre un amigo para que le firmara unos papeles.
–¿Y nunca lo volvió a intentar?
–No. Pensé que los ingleses no habían podido en Malvinas conmigo y no les iba a dar el gusto. “Esto es lo que hay y vamos a ver cómo lo resolvemos. Ésta es la vida que tengo”, pensé.La competencia más dura del mundo
La etapa de los logros

La primera carrera la había ganado en 1985. Comprendió que podía correr y tener un objetivo al mismo tiempo y a los 26 años aprendió a nadar para competir en triatlones.
–¿Cuál diría que fue la clave de su salvación?
–En los momentos de soledad me empecé a sentir bien y a enamorarme de mí mismo. Tuve inteligencia emocional y decidí no ir a lugares que me podían afectar psicilógicamente. Nunca dejé de correr y el objetivo de la competencia me comprometía a entrenar.
Parte de su religión

Cree en su hijo de cuatro años.
Cree en lo que logró: “participé de 19 Ironman en tres continentes y organizo la carrera 602 K”.
Cree en la meditación.
Porque cree que “la mente no nos tiene que manejar el cerebro y te tira cosas en el momento inadecuado”.
A 40 años de la Guerra de Malvinas, le vuelven recuerdos, como cada 2 de abril, que creía olvidados.
Pero no tiene rencor, sino agradecimiento. El 8 de abril inauguran un monumento en el pueblito de 150 habitantes que lo vio nacer, La Carolina El Potosí. En homenaje a él y a otro veterano.
Y dice que de no haber sido por la experiencia Malvinas no se hubiera “descubierto”.
“Le debo a Malvinas lo que soy hoy”, dice.
Sabe que no todos los veteranos tuvieron su capacidad de resiliencia.Que muchos no se suicidaron al volver, pero que son “muertos en vida tomados por la adicción”. Adicción que él conoce bien y que un día lo llevó a amanecer en un baldío sin saber cómo había llegado.
Pero él pudo encarnar ésa frase que dicha en el vacío y a las apuradas puede ser un lugar común para no pensar en el problema concreto de alguien y pasar a otro tema: “crisis es oportunidad”.
En su caso lo fue, aunque si la sociedad argentina hubiese sido más empática con los que volvieron de Malvinas tal vez no tendría que haber pasado por experiencias tan extremas.
Pero quién puede escribir la historia de que lo que pudo haber sido.PROGRAMA NACIONAL DE ATENCIÓN AL VETERANO Y EXCOMBATIENTE DE GUERRA
Cobertura para vos y tu grupo familiar en PAMI
En caso de precisar asistencia psicológica llamar al 139
Para emergencias psiquiátricas llamar al 138, opción 7
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