
"El arte hoy muestra la estructura inestable de un mundo ambiguo y hasta contradictorio que pone en juego nuestra supervivencia y defensa elementales", dispara Oliveras en el inicio de su libro, en el que recurre a autores como Giorgio Agamben, Jacques Rancière o Nicolas Bourriaud para desplegar una radiografía actual de las producciones artísticas.
Acompañado de ilustraciones que buscan dar marco al debate actual -obras de Liliana Porter, Max Gómez Canle, Ana Gallardo, Marcel Duchamp, Tania Bruguera y más-, el libro incluye también ejemplos que han causado furor mediático, como la polémica restauración de un "Ecce Homo" en un santuario de Borja, España, por parte de Cecilia Giménez, una vecina del lugar; o la performance de Marina Abramovic en el MoMA, quien se pasó 700 horas sentada mirando a los ojos de los visitantes.

- Télam: En el libro sobrevuela una idea del arte del siglo XXI en relación al retorno de la utopía y habla del "metamodernismo", que nos acerca a un resurgimiento de la esperanza. ¿De qué manera el arte contribuye a vislumbrar el futuro?
- Elena Oliveras: En tanto metamodernos oscilamos entre la modernidad y la posmodernidad. De la posmodernidad mantenemos la desaparición de la Verdad (con mayúscula) y, de la modernidad, la utopía. Pero la utopía carece hoy del entusiasmo que caracterizó a los modernos. El ser humano metamoderno apunta a un presente que no tiene un futuro claro. Lo que ponen de manifiesto muchos artistas contemporáneos es que en tiempos de crisis financieras, inestabilidades geopolíticas y desastres ecológicos es demasiado tarde para ser pesimistas. Es necesario pasar a la acción. El "Partenón de libros prohibidos" de Marta Minujín ofrece una interesante perspectiva utópica. Presentado en la documenta 14 de Kassel (2017) y anteriormente en Buenos Aires, en 1983, se realizó con libros que estuvieron prohibidos y contó con la participación del público que donó y recibió ejemplares. Abrió un espacio para pensar cómo construir la esfera pública en un mundo en crisis en el que se ha multiplicado la censura, la discriminación y la exclusión.

- E.O.: Lo que tienen en común las obras "profanadoras" es que rompen el aura, el aspecto "sagrado" que tradicionalmente se adjudica a las obras de arte. Se rompe el aura por una cercanía excesiva, por el tocar, por el comer, como en el caso de los caramelos de Félix González Torres o las galletas de la suerte de Rachel Rose. A veces el uso es escandaloso, como el caso del inodoro cubierto de oro para ser usado como un inodoro común que Maurizio Cattelan ubicó en el baño del museo Guggenheim de Nueva York entre 2016 y 2017. Por su parte, Pablo Katchadjian en "El Aleph engordado" reconoce que Borges está sometido a una sacralización pero profana uno de sus textos más famosos. Lo "engorda" con más de cinco mil palabras apelando a la parodia y al humor. Si el Aleph contiene todo el universo ¿por qué no agregar algunas cosas más?
- T: En el capítulo "Internet como productora de arte" cita a Boris Groys -"Toda persona que se vuelve pública es sospechosa de ser una mercancía"-, lo que hace pensar que el mercado siempre encuentra la forma de convertir el arte en commodity. ¿Cuánto tiene que ver en esto las nuevas tecnologías?
- E.O.: Las nuevas tecnologías conllevan el riesgo de mercantilización no solo de la obra de arte sino también de la propia existencia humana. El mundo virtual es el nuevo "ágora" donde cada uno juega un rol llegándose a utilizar –consciente o inconscientemente- las estrategias del marketing para lograr un éxito inmediato. En el espacio de Internet no sólo se producen obras; también el ser humano "se produce" y se exhibe. Todo –incluyendo la intimidad, el dolor, el desconsuelo- tiene que exhibirse porque si no se exhibe no existe. Y así finalmente todo, en la sociedad de consumo, se vuelve integrable, hasta la intimidad del dolor extremo.