
Fue ese, además, el inicio del programa Landsat, con el cual la NASA comenzó a cartografiar el mundo desde el espacio y que los productores de la cinta usaron como excusa para que un científico (John Goodman) descubriera esta exótica isla, jamás visitada por un ser humano.
De más está decir que, como la cinta original de 1933, de Merian Cooper y Ernest Schoedsack, aquel terruño perdido en el mar ya era habitado por una tribu originaria, que veneraba al Rey Kong, “último en su especia”, lo que hecha por tierra la teoría de la isla inhóspita.
La primera diferencia con aquella memorable realización es que carece de alguna escena que se destaque del resto, como la de Kong sobre el Empire State, defendiéndose del ataque de los helicópteros del Ejército estadounidense, el mismo que lo sedó y lo sacó de su hogar.

“La Isla Calavera es un lugar donde la arrogancia humana puede ser su destrucción si ésta no mira antes de saltar”, comentó el productor John Jashni, en una clara señal de hacia dónde estaba dirigida una película que fue rodada en Hawai, Vietnam y Australia.
“Kong encarna el choque interno entre nuestro ser civilizado y el lugar en nuestra conciencia que todavía tiene un sentido muy real de que hay algo más grande que nosotros mismos”, sostuvo, por su parte, el protagonista de Tom Hiddleston (James Conrad, en la película), para afianzar la premisa de la producción.

Es que no sólo desde el afiche se emula a la recordada película de Coppola, basada en el “Corazón de las tinieblas”, novela de Conrad, sino que hay escenas casi calcadas de aquel ícono del cine inspirado en la guerra de Vietnam, como de la incursión a El Congo narrada por el eximio escritor británico.
En el caso de los actores se mencionan: el Coronel Preston Packard (Jackson) es la parte de Kurtz que no entiende que la guerra terminó, mientras que Hank Marlow (Reilly) es el loco que vive perdido en el tiempo dentro de la isla; uno de los artilleros (Jacob Lofland) lleva la clásica vincha roja del artillero de 1980 y Conrad (Hiddleston) es el renegado a quién acuden por su capacidad como explorador.
Además, los helicópteros antes de los bombardeos sacan a relucir sus parlantes para musicalizar la destrucción, aunque en vez de Wagner suena Black Sabbath; las palmeras vuelan por todos lados con un naranja furioso en el horizonte; los locales son casi mudos y el bote que utilizan es un simulacro de aquel que llevó al Capital Willard a través de las locaciones en Filipinas.
Como si no alcanzaran estos excesivos guiños al pasado, la lucha entre Kong y un reptil gigante también es un viaje al Japón de 1963 para ver “King Kong contra Godzilla”, de Ishiro Honda.
Lejos de aquella bizarra película nipona, “Kong: La Isla Calavera” presenta escenas de acción que se tocan con el suspenso, con un buen aprovechamiento para mezclar las animaciones trabajo del color en los viajes selváticos de los soldados a través de las malezas y ríos.
Dentro del equipo del filme están Thomas Tull como productor, Stefan Dechant en el diseño de producción y Derek Conolly en el guión, integrantes, también, de otra película donde la acción entretiene y está dividida de forma inteligente durante la trama con logrados animales: “Jurasic World”.