Cultura

29-12-2016 18:41 - libros

Jotaele Andrade: “Hay que volver al prestigio de la palabra poética, a la honestidad intelectual”

"La rosa orgiástica", el nuevo libro del poeta argentino Jotaele Andrade, configura una voz de oscuro lirismo que sobrevuela la muerte de todas las especies que conforman una naturaleza siempre en transformación, buscando, desde un despliegue de registros, alguna forma de luz en la desintegración. 

Por Juan Rapacioli
Por Juan Rapacioli
29-12-2016 | 18:41
Telam SE

"Es la voluntad de mirar lo que se desintegra, pero también al mismo tiempo es hacer una resistencia, vender cara la derrota. Cara y poética, mejor todavía. La rosa orgiástica es el símbolo plural de eso que vive en la existencia, eso que tarde o temprano decrece y muere y nutre a su vez otras existencias", sostiene Andrade sobre el libro publicado por Añosluz Editora. 

Jotaele Andrade (La Plata, 1974) es autor de "El salto de los antílopes", "El oleaje del mundo", "Elefantes con anteojos", "La mano del verdugo" y "Los metales terrestres", entre otros libros. Es coordinador, además, del Festival Internacional y Acampada poética de la Ciudad de Azul.

En diálogo con Télam, el autor define la poética del libro como "una rueda continua que se reconoce y se admira y se repugna. Pero que también es y no lo sabe. Por eso los temas primordiales del amor, la muerte y la vida funcionan como suelo donde excavar poéticamente y donde resistir. Y seguirán funcionando siempre para aquellos que busquen tocar el misterio de lo poético". 

- Télam: El libro abunda en preguntas filosóficas: una indagación sobre lo no dicho, al borde de la certeza. 
- Jotaele Andrade: Me gusta trabajar en un rango de voces poéticas variadas para no ceñirme a la fórmula de una sola voz donde es fácil sentirse cómodo en el tono logrado. En este libro hay una esfera lírica que abreva en esa orilla que nos presenta al mundo en todas sus dimensiones y donde nosotros fácilmente logramos dos: la íntima y la plural. En una se dice casa, idioma, barrio, yo, y en la otra ese yo es desencajado, atropellado por un todo amplísimo, es dicho por toda la otredad de aquello donde uno para los otros no es ese uno que se habita y sí un desconocido, un algo, un alguien o nadie. Entre ambas dimensiones ocurre lo no dicho, lo dicho y lo que se sospeche o se intuya y, al mismo tiempo, sentimos que palpamos ciertas certezas, que es espuma en esos casos. La poesía sobrepasa a la filosofía porque es un lenguaje sustancial.

- T: La muerte, lo que se extingue y el paso del tiempo atraviesan el libro como en una respiración lorquiana: ¿Sentís una conexión con el poeta español? 
- JA: La poesía española ha sido una enorme influencia desde mi niñez. Su profusión de símbolos, estilos y poetas es insoslayable. Y, claro, uno de los que más destaca en esa influencia es García Lorca, tanto en lo simbólico como en su diversidad de tonos, y en un intento de uso del lenguaje florido, abierto, expansivo. Para mí es el poeta más completo de todos los grandes poetas. Dibujaba, tocaba el piano, cantaba, fue dramaturgo, revolucionario, escribió ensayos preciosos y libros con variados registros poéticos que cualquiera que aspire a escribir debe leer. Hay una estrofa de "Prendimiento de Antoñito, el camborio", que para mí ha sido la vara de medir la belleza por su extrema delgadura: "A la mitad del camino/ cortó limones redondos,/ y los fue tirando al agua/ hasta que la puso de oro". Y este libro le debe a él el asombro de "La rosa mudable", que es un poema que yo llevaba pegado en mi carpeta de secundario a los 13 años. 

- T: La voz de los poemas sobrevuela la vida, la muerte, el amor y el dolor, como buscando oro en el barro o luz en la podredumbre: ¿es la voluntad de mirar lo que se desintegra? 
- JA: "Soy de una edad labrada en el terror del pájaro apedreado" ejemplifica bien lo que decís. Una línea dramática y también lorquiana, volviendo a lo anterior. En Lorca predomina el drama y la muerte pero a niveles humanos. Todo lo que muere, excepto alguna que otra alegoría, como la rosa mudable, es representado en la tragedia del que ve morir lo humano. A mí me interesa mucho la pequeñez en lo inevitable y lo enorme que es la existencia y cómo nos arrasa. Entonces intento ver pudrirse una manzana y decir lo terrible y bello, lo intenso. Más allá de la humana tragedia de mis muertos, siento muy trágico los restos de una liebre tirados en el patio, el mirar una mosca sobre mi padre muerto o preguntar si el ladrido en la distancia figura a su perro. 

- T: También hay una exploración sobre el mundo animal, la entomología, la biología de todas las especies: ¿Tiene que ver con una reflexión sobre los límites de lo humano? 
- JA: Hay un religamiento hacia la diversidad. A mí el ser humano ha dejado de importarme de modo exclusivo en la adolescencia. Tengo una profunda filiación con todo lo que vive, excepto los mosquitos y con, según el grado de terror, las arañas, que no puedo más que reconocerme en lo neurótico de sobrevivir. En el peso que significa existir. Ese reconocimiento filial me ha llevado a escuchar cómo, cruzando un baldío, bajo mi pie moría aplastado un caracol, y sentir una angustia mortal. Este libro opera también en esa línea filial y en el ojo que mira cómo comienza a desaparecer lo que estaba hasta hace un momento completo en su hechura. 

- T: ¿Pensás que existe una función de la poesía? 
- JA: Diversas funciones que han sido sustituidas por los kiosquitos de muchos que escriben y editan. Para que esas funciones vuelvan hay que formar lectores en las escuelas, pero insisten en formar poetas. Hasta ahora que yo sepa la función de la poesía no es dar poetas como se dan chorizos. Hay una liviandad y una falta de seriedad en el tratamiento crítico del panorama poético que hace que se vea mucho el kiosquito, tanto en antologías espantosas como en las opiniones de editores, talleristas. Hay que volver al prestigio de la palabra poética, es decir a la honestidad intelectual. No basta estar alfabetizado para escribir poesía, hay que leer y releer. No es fácil la poesía. No basta escribir cortito y para abajo y contar que hemos perdido algo o a alguien. 

- T: ¿Qué autores, tradiciones y poéticas considerás formativas? 
- JA: La tradición chilena, con su peor y su mejor Neruda, su Teillier, sus trágicos Rothkas, su funambulesco Parra, y la Violeta y Víctor Jara y Mistral. Es el país poético por excelencia. Y Perú con su Vallejo, su Watanabe, su Oquendo de Amat, su Eguren, su Salazar Bondy. Y Raúl Gómez Jattín, fue un rayo cuando lo leí, colombiano. Olga Orozco, que me permitió pensar el verso largo y libre, y esas imágenes como sustancias divinas en lo cotidiano. Y Raúl Gustavo Aguirre, que me enseñó la transparencia del lenguaje en la poesía. Toda la España del Siglo de Oro y la generación del 27. Las traslaciones de poesía china, catalana. Elliot, claro, siempre quiero escribir "La tierra baldía". La poesía medieval inglesa, la italiana. Y los cómics, el animé, el cine, el folklore de toda latinoamérica. Y el surrealismo, las novelas existencialistas. Y Conti. Y la inteligencia más sublime que tuvimos, que fue Walsh. Y Onetti, Rulfo, Denevi, Arlt. Picasso, el impresionismo. La arquitectura. Nazim Hikmet. Y la cultura rock de Indio Solari, de Miguel Abuelo, de Federico Moura. Y Pink Floyd. Y todo el tango.
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